Sesgos cognitivos: las trampas mentales

Las trampas mentales
Diana Yulieth Socha Hernández
Diana Yulieth Socha Hernández

Eso que aprendimos en la familia, lo que nos vendían como creencias únicas y verdaderas, fue cambiando con el tiempo. La vida nos permite conocer personas, vivir experiencias y, con ello, cuestionar lo que alguna vez dimos por cierto. A todos nos pasa.

Yo, por ejemplo, creía fielmente que si pedía un deseo cada noche en una oración, este se cumpliría. La realidad es que no siempre pasaba, y más de una vez me desilusioné. Aun así, seguía insistiendo, porque esa enseñanza familiar la sentía verdadera.

Con los años, esa y otras creencias se fueron apagando. La vida y mi entorno se encargaron de mostrarme otros caminos y de hacerme ver que aquello en lo que tanto creía no era necesariamente cierto.

Con el tiempo comprendí que estas experiencias estaban relacionadas con lo que hoy conocemos como sesgos cognitivos. En un mundo saturado de información, solemos creer que decidimos y opinamos de manera racional. Sin embargo, gran parte de lo que pensamos está moldeado por pequeñas trampas mentales que distorsionan nuestra percepción de la realidad sin que nos demos cuenta.

Los sesgos cognitivos son predisposiciones automáticas que afectan cómo procesamos, recordamos o interpretamos la información. No son errores accidentales, sino atajos mentales que el cerebro utiliza para ahorrar esfuerzo, pero que pueden llevarnos a conclusiones equivocadas.

En el ecosistema digital actual, estos sesgos se han convertido en terreno fértil para la desinformación. Las plataformas aprovechan nuestra tendencia a creer en aquello que confirma nuestras ideas previas —el llamado sesgo de confirmación— o a seguir lo que la mayoría comparte —el sesgo de arrastre o bandwagon. Así, los algoritmos no solo amplifican contenido, sino también nuestras predisposiciones más profundas.

Pensemos en un ejemplo común: una persona que cree firmemente en cierta postura política encuentra en redes sociales una noticia que refuerza su opinión. Aunque la fuente no sea confiable, es probable que la comparta sin verificarla, porque el cerebro busca coherencia, no verdad. Ese impulso —aparentemente inofensivo— alimenta el ciclo de desinformación.

Comprender los sesgos cognitivos no es un ejercicio teórico; es una herramienta de alfabetización digital. Nos permite tomar distancia, dudar con criterio y no reaccionar de inmediato ante cada titular viral. Reconocer que todos tenemos sesgos no nos debilita como ciudadanos informados; al contrario, nos hace más conscientes del poder —y de las limitaciones— de nuestra mente en la era digital.

Referencias: UNIR

Por: Diana Socha Hernández

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